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Por Óscar López, Director General de UBT Compliance

La protección de datos y privacidad han sido durante mucho tiempo ámbitos que, por su especialización, resultaban ajenos a la mayoría de las personas. Se veía -igual que todavía ocurre con otros campos jurídicos -como algo esotérico que guardaba una relación lejana con la vida de la gente común. Como tantos aspectos de nuestras vidas, la tecnología ha acabado con esta visión, y ahora no es raro que alguien, en la cola del pan, en lugar de hablarte de fútbol te exprese su preocupación por su privacidad o la de sus hijos. Tras unos años usando a diario su smartphone, su tablet, su ordenador o todos ellos, los usuarios han comprendido, en primer lugar, que comparten datos sin cesar; en segundo, que incluso cuando no los ceden, existe la posibilidad de que alguien acceda a ellos; y, en tercero, que esos datos pueden usarse para muchas cosas, y no todas les benefician. Esto se ha convertido ya en conocimiento popular.

En mi opinión, esto es lo que explica que los medios de comunicación presten desde hace tiempo tanta atención a la legislación sobre protección de datos, y no tanto los escándalos como el de Facebook. Es al contrario: estos sucesos se convierten en noticia precisamente por la mayor sensibilización social. Ha sido la tecnología la que lo ha cambiado todo.

Los profesionales del compliance y de la protección de datos estamos muy ocupados desde bastante antes del 25 de mayo de 2018, cuando entró en vigor el RGPD. Nuestros clientes nos demandan soluciones y nosotros, como es nuestra obligación, nos esforzamos por ofrecérselas. Pero hay algo para lo que deberíamos sacar tiempo, aprovechando precisamente esta atención social y mediática: deberíamos ayudar a entender la importancia de esta materia, aumentar la conciencia al respecto, contribuir a un debate sano. Para lo cual es imprescindible entender la fibra que estamos tocando.

El cumplimiento normativo en general y el relativo a la privacidad en particular -no es una cuestión puramente técnica. Las regulaciones expresan las preocupaciones éticas de la sociedad en un momento histórico determinado. Quien busque simplemente salir del paso se encontrará en breve con que sus clientes, usuarios o el público en general, le exige algo más. Debemos ser conscientes de lo que late debajo de una norma como el RGPD, en este caso la preocupación -casi diría que ansiedad -de la gente por asegurarse de que nadie invade su espacio de intimidad, aquello que consideran más sagrado. Sí, sus disposiciones están muy relacionadas con la tecnología, pero emocionalmente se basa en principios semejantes a la inviolabilidad del domicilio o la libertad de conciencia. Ninguno queremos que extraños a los que no hemos autorizado entren en nuestra casa ni en nuestra mente. Y esto es precisamente lo que hace el que activa la cámara de nuestro portátil o accede a nuestro chat privado.

Quiero animar a los profesionales de la privacidad a participar en este debate, a ampliar el conocimiento de los ciudadanos sobre sus derechos, a ser sensibles a esta nueva demanda social. Y a tenerlo presente en nuestro trabajo. No somos simples robots que aprietan unas tuercas, trabajamos en una materia muy sensible. No debemos olvidarlo.